Cuando uno desea algo largo tiempo, resulta muy dificil dejar de desearlo, quiero decir,
admitir o darse cuenta de que ya no lo desea, o de que prefiere otra cosa.
La espera nutre y potencia ese deseo, la espera es acumulativa para con lo esperado,
lo solidifica y lo vuelve pétreo, y entonces nos resistimos a reconocer que hemos malgastado
años aguardando una señal que cuando por fin se produce ya no nos tienta, o nos da infinita pereza
acudir a su llamada tardía de la que ahora desconfiamos, quizá por que no nos conviene movernos.
Uno se acostumbra a vivir pendiente de la oportunidad que no llega, en el fondo tranquilo, a salvo y pasivo, en el fondo incrédulo de que nunca vaya a presentarse.
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